Intencionalidad de la didáctica aplicada a disciplinas curriculares y autonomía de los actores en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Citado por Álvarez Méndez (2001), la postura de Kliebard (1989) de que “sin contenido no hay currículum” determina de manera concluyente la importancia de delimitar el currículum para entender la naturaleza de las disciplinas curriculares que son puestas a la disposición del docente como agente que “transmite” el contenido epistemológico de cada una de ellas a los sujetos que en todo proceso educativo serán los educandos. Ocurre algo particular en el momento en que las relaciones entre el profesor y el alumno van dirigidas con una intención muchas veces implícita, pero que se hace visible cuando se aclara que todo conocimiento implica posturas políticas y de otra naturaleza, con lo cual se puede establecer un vínculo entre las disciplinas curriculares y los saberes propios del docente. Esta relación la pretendo justificar partiendo del hecho de que la didáctica, entendida desde mi postura como disciplina con su campo de conocimiento en construcción y que atañe a los procesos de enseñanza y aprendizaje, opera dentro de un marco institucional educativo, o sea, los espacios propios donde pueden hacerse explícitos los procesos educativos. Además, doy pauta para entender la cuestión del nuevo papel que debería jugar el docente ante sus propias decisiones, enfocándome literalmente al significado de la autonomía dentro de dichos espacios y las relaciones con los estudiantes.
Toda intención tiene una dirección, o más bien un propósito u objetivo que se establece y, siguiendo una serie de pasos, se pretende cumplir. La didáctica, para que pueda llamarse así como disciplina, debe operar dentro de un espacio definido —pero no por esto limitado—, con una serie de caracterizaciones propias; estamos hablando del espacio institucional porque fuera de éste no es posible hablar de didáctica. Se entiende a lo institucional como un ambiente organizado que, como especificaba, tiene una intención, de tal modo que la didáctica, presente dentro de este ambiente, es asimismo intencional. La intención de tal espacio es proporcionar los medios para que se efectúen estos procesos de enseñanza y aprendizaje; al estar organizado sugiere que es óptimo y cuenta con todas las condiciones imprescindibles, o al menos eso debería ser así, para lograr lo que se propone la didáctica aplicada puesta en marcha por los actores de los procesos educativos.
Ahora, en estos términos no estoy hablando de la didáctica general, porque habiendo señalado la intencionalidad del espacio institucional, estamos pisando terreno de la didáctica aplicada porque el ambiente organizado supone tareas y actividades prácticas que se llevan a cabo por los actores encargados explícitamente de ellas. En estas condiciones estoy concretando que la didáctica aplicada va a ocuparse, específicamente en este caso, de las disciplinas curriculares que son los contenidos que con toda intención van a comunicarse dentro del espacio organizado de operación de la didáctica. No obstante, y siguiendo la idea de las disciplinas, para que la didáctica pueda aplicarse a éstas, es preciso tener en cuenta tres componentes que justifican cabalmente su aplicabilidad. El componente epistemológico supone tener presente el conocimiento científico de la disciplina curricular, lo cual implica respetar su estructura y lenguaje, para lo cual su transmisión debe ser objetiva por parte del docente, habiendo tenido como condición éste el conocer de antemano el contenido de la disciplina, pero dicha transmisión no es simple y llana sino constructiva y, llamativa inclusive, para el educando.
Para la selección y organización de los contenidos, es preciso considerar el componente didáctico-curricular, porque es el profesor quien los selecciona en última instancia —no como una actividad instrumental, porque se perdería la intencionalidad—, guiado por un marco cultural y el valor educativo para los alumnos de tales contenidos. En cuanto al tercer componente, que es el práctico, considero que establecer “las situaciones apropiadas para el aprendizaje” implica, además de contar con todos los elementos que ayuden a su establecimiento, articular el saber teórico con el práctico porque es aquí donde podemos ver claramente la relación entre lo que se desea trasmitir y los procesos que se van a desarrollar para su logro.
Ante estos componentes imprescindibles a contemplar cuando hablamos de la didáctica aplicada, entiendo a la docencia como una actividad práctica socialmente aceptable en el contexto donde ocurren los procesos de enseñanza y aprendizaje. En este sentido, el docente que ejerce tal actividad, quien tiene conocimiento de las disciplinas que se dispone a enseñar a los alumnos, no puede dar por hecho que trasmite lo que aprendió antes de dedicarse a impartir clases; esto es importante y hay que tener cuidado porque el conocimiento, en palabras de Álvarez Méndez (2001), “no se puede reducir a un objeto que hay que transmitir” . Supondría más bien reinterpretar los contenidos curriculares —que en instituciones de nivel superior rígidas los dan todos por hecho sin cuestionarlos—, claro está, desde la perspectiva del docente o incluso construyendo nuevo conocimiento en las relaciones que se entablan entre el profesor y el alumno dentro de la institución.
Quien se deje llevar por las apariencias, podría llegar a creer que en el espacio organizado de la institución existen una serie de lineamientos a seguirse como receta de cocina para llegar al objetivo propuesto de antemano. Es preciso aclarar que tal cosa no puede tolerarse en nuestros días, y no obstante suele suceder en muchos ambientes que se caracterizan como rígidos. Al ser intencionada, la didáctica va más allá de lo técnico, porque en el planteamiento de los objetivos —que no pretenden realizarse a base de pasos especificados—, se busca comprender la finalidad de la práctica docente y sus alcances, de tal manera que el profesor ya no será visto como un sujeto transmisor, sino como un mediador que, facilitando el contenido curricular, puede problematizarlo a los educandos para que el conocimiento sea construido en el aula y otros espacios de la institución, de tal suerte que ya no será impuesto por quien no participa dentro de los procesos educativos.
Pero resulta que el docente que aspira a tales actitudes dentro de los procesos de enseñanza y aprendizaje, no siempre puede disponer de la libertad personal y del espacio organizado para conseguir ser un mediador del conocimiento. Estoy hablando de la autonomía del sujeto que actúa como facilitador, orientador y mediador. Como no es un experto —puede llegar a serlo—, no obstante tiene capacidad de decisión profesional; tomar decisiones es una realidad, y tal función del docente se ejerce en el mismo espacio del aula, porque decide cómo organiza el contenido de las disciplinas curriculares, considerando aquí la importancia del componente didáctico-curricular, en su práctica docente. Decidir, organizar, manejar, éstas son las características del profesor autónomo.
Sin embargo, para tener autonomía, es preciso tener capacidad de decisión. Aquí subyace un problema con la cuestión del poder, que no es otra cosa que tener bajo control lo que se quiere, haciendo todo según se considere necesario. Digo que se presenta un problema porque el poder de decisión siempre está en manos de unos cuantos, y la autoridad es quien dispone de él. De manera que, el profesor en tanto desea decidir lo que es acorde a la estructura y organización de los contenidos dentro del espacio organizado institucional, se ve impedido muchas veces a llevar a efecto su autonomía porque es restringida porque alguien “de afuera” decidió cómo se van a llevar a cabo los procesos de enseñanza y aprendizaje, sin darle muchas opciones al profesor quien es en verdad el que debe tomar decisiones al respecto. Si sigue como receta lo que se le pide, no está siendo autónomo, y por tanto no puede promover la autonomía a los educandos; en cambio, si se rebela contra la receta que le impone la autoridad, está siendo autónomo y en consecuencia hace promoción de la autonomía porque en esto consiste tener capacidad de decidir. Y la intencionalidad de la didáctica es llevada a término puesto que los actores participan en su realización.
El espacio organizado, o la institución, es la clave para comprender la aplicabilidad de la didáctica con respecto al conocimiento que se construye de manera objetiva en la relaciones entre el profesor y los alumnos. Tener presente que el profesor decide en última instancia cómo va a organizar los contenidos curriculares, sugiere mirar con otra óptica el papel que juega el docente cuando tiene a la autonomía de su lado para asumir tal decisión. La didáctica es intencional, porque en los proceso de enseñanza y aprendizaje nada es fortuito.
Bibliografía
ÁLVAREZ Méndez, Juan Manuel (2001) Entender la Didáctica, entender el Curriculum, ed. Miño y Dávila editores: Madrid; pp.185-220.
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