La era de la aceleración

Pisando el acelerador del tiempo: identidades en la sociedad global

Trueno los dedos y todo se hace enseguida; doy una orden y obtengo lo que deseo. Vivimos en pleno siglo XXI, una época que Bauman Zygmunt (2008) identifica como La sociedad de los Tiempos Líquidos : todo acontecer, todo proceso y cualquier innovación es rápidamente adoptado, y con la misma facilidad es dejado porque se devalúa su valor original, lo material es utilizado y dejado casi en el acto porque para nosotros ya es urgente pasar la página sin haber disfrutado la lectura. ¿Acaso corremos sin parar en la vida para ir donde otros van? ¿Estamos conscientes de si existe una meta a la cual llegar? La volatilidad cobra sentido, y en la valorización del moverse continuamente el sujeto precisa de una identidad que lo reconozca como parte del juego dinámico de la globalización.

Abordar la situación de incertidumbre que padecen los sujetos en la dinámica de la globalización —entendida como proceso económico—, respecto al sentido del tiempo y sobre el significado de la paciencia, supone analizar la identidad que hace al individuo partícipe de los procesos globales en un nivel micro dentro de los contextos donde se mueve, aunado a la visión de la aceleración como eventualidad cíclica en su vida diaria. De este modo, es preciso resaltar la pertinencia de identificar al ente Titiritero, que se divierte desde arriba haciendo las reglas que rigen a la sociedad global, donde pongo en evidencia la intencionalidad directa de una entidad externa que dirige el juego de la aceleración de la temporalidad.

En nuestra vida personal, autónoma, lo que nos mueve es la motivación y las decisiones que tomamos ante lo que nos gusta o algo nuevo digno de ser experimentado. Ya de antemano establecemos el motivo o las razones por las que hacemos tal o cual cosa, aparte de que resulte agradable. Decidir significa asumir una responsabilidad, en la medida en que tenemos clara la intencionalidad por la que se realiza tal o cual cosa; además es una postura desde la cual se parte para movernos en su ámbito social. Antes de que se iniciaran los procesos evolutivos de la globalización, las cosas agradables solían hacerse bien, con gusto; sí, nos motivaba el placer, el hacerlo por nosotros mismos. Esta práctica se acompañaba con la satisfacción de “hacerlo por ti mismo”; era la realización por sí misma la que tenía un gran significado y un valor porque el individuo realizaba su quehacer “x” sin problemas; estamos hablando de modos de vida particulares, puesto que las actividades que realizaban las personas en este panorama de equilibrio estable tenían una función de realización individuales. Además, hasta cierto punto se compartía de manera más marcada el espacio de convivencia dentro de la lógica del hacer individual, como observar el vuelo de un ave, caminar por la calle y ver los autos que pasan.

El “hazlo tu mismo” cambia cuando la sociedad ha mutado a una aldea global. Gandarilla (2004) menciona al respecto que la globalización se ve como un proceso y también como dinámica , que modifica los modos de vida hasta en los lugares más distantes y desconocidos del mundo. Para propósitos de este trabajo, me refiero a la globalización, en palabras de Gandarilla, “como la expansión del mercado a escala mundial” ; las implicaciones de tal conceptualización recaen en una visión distinta acerca de una nueva configuración que presenta hoy el mundo. Si el neoliberalismo es el modelo económico por excelencia en estos momentos, es pertinente establecer una posición crítica frente a las normatividades que han adoptado los países para dar prioridad a la eliminación de fronteras arancelarias, porque en lo consecutivo, con las empresas transnacionales funcionando en territorios que poseían una identidad propia, se ven invadidos y resultan afectadas sus dinámicas.

En tal estado de las cosas, el sujeto empieza a cambiar igualmente. La proliferación de productos e innovaciones venidas de los procesos de producción resultan tan atractivos que incluso llegan a reemplazar las actividades que antaño se hacían “con gusto” y mediados por la motivación. “¿Por qué preparar un jugo de naranja si puedo ir al supermercado a comprar un litro de zumo ya empaquetado?” dirían muchos; el ejemplo da paso al panorama acerca del sentido que tiene el tiempo a partir de la ruptura con el gusto por hacer las cosas; si antes el tiempo se consideraba esencial para aprovecharlo realizando actividades importantes, hoy “toda demora, dilación o espera” representa una situación de mal gusto e incómoda, porque la concepción del tiempo significa que hay que recortarlo o simplificarlo para poseer lo que se quiere casi en el acto, sin demora. Otro ejemplo que pone muy en evidencia la pérdida de la paciencia es lo que vemos en el flujo vial de las ciudades: sonar el claxon significa desesperación por andar rápido.

Citado por Bauman (2007) y Caroline Meyer, David Shi, de la Universidad Furman de Carolina del Sur, llama a esta nueva situación el “síndrome de la aceleración” . Acelerar, en términos generales, es aumentar la velocidad para realizar alguna cosa en el menor tiempo posible, desde la visión de las personas. Pero también empezó a tomarse en consideración esto en los procesos de producción, dando al tiempo un sentido de temporalidad volátil; en la actualidad nos parece normal que a diario aparezcan nuevos modelos de ordenadores y teléfonos celulares, que se mencione en comerciales y publicidad un producto innovador con tales o cuales características. Al priorizar la aceleración del tiempo se pierden por completo las costumbres y actividades representativas que hacían al sujeto sentirse bien consigo mismo, porque ahora son desplazadas por innovaciones introducidas por el mercado global, dando cabida a una nueva manera de reestructurar los modos de vida: ya no hay paciencia, la paciencia es un atropello que atenta contra la “dignidad humana” (claro, los pacientes en los hospitales no tienen alternativa). El tiempo significa fastidio, cuando antaño era valioso.

La actualización constante de productos del mercado acarrea un cambio en el comportamiento de las personas y de los mismos procesos. Actualizar va aunado a lo nuevo, lo que se ha estado esperando con ansia. Pero igualmente con lo que pasa con el tiempo, dicha actualización significa devaluar los productos anteriores, dando preferencia a los innovadores. Decía en líneas anteriores que el sujeto tiende a cambiar con estos procesos del mercado global y la concepción del tiempo; antes de cambiar a este paradigma de lo global, el individuo era consciente de su identidad porque tenía noción de lo que hacía al tomar decisiones propias acerca de lo que deseaba hacer, era un ser autónomo con libre albedrío. En el marco de la sociedad global y de los procesos del modelo económico mundial, el sujeto carece de identidad porque ha sido homogeneizado por los procesos del sistema globalizador, es un ente más que forma parte del engranaje que mueve al mercado neoliberal; pero no significa que las personas pierden su identidad, sino que se les arrebata y, a cambio, se le otorga otra completamente deshumanizada: la del cazador .
El cazador es aquel ente que aprovecha todas las oportunidades que se le presentan, anda al acecho en busca de la presa y, por supuesto, carece de paciencia cuando se trata de obtener algún trofeo digno de un depredador. Se manifiesta en los sujetos esta identidad cuando entran en la dinámica global del mercado, la actualización acelerada de todos los procesos productivos y el surgimiento de productos envidiables. El cazador en condicionado para que entre en un juego que parece no tener fin, puesto que el tiempo como eventualidad es presurizado para darle prioridad a la necesidad de moverse hacia donde van otros cazadores buscando nuevos trofeos que capturar.

El tiempo, que se torna ahora en impaciencia y en una molestia, es para el cazador un inconveniente, porque con los procesos productivos de intermediarios ofreciendo actualizaciones, la vida parece una carrera donde todos los corredores se mueven rápidamente y no saben cuál es la meta. Correr significa sobrevivir, estar al tanto de todo lo más reciente que va apareciendo a cada día, cada minuto, cada segundo, porque todo cambia, todo se esfuma de la noche a la mañana para dar lugar a algo más novedoso que se vuelve obsoleto casi en el acto. Esta es la naturaleza del cambio, la constante depuración de lo que antes era valioso pero que se torna inservible (al menos es lo que pretenden los expertos en el ámbito de la mercadotecnia), cuando ya apareció algo más actualizado. Detenerse en la carrera significa quedarse atrás, y es paradójico porque los sujetos deberían hacer un alto en el camino para analizar las decisiones que se toman y ver con claridad hacia dónde lleva la situación de la inmediatez; esto significa preguntarse si vale la pena correr sin saber qué hay al final del camino.

Considero que esta volatilidad es una invención intencionada donde quienes controlan el mercado global son los titiriteros que mueven los hilos para que los títeres, o sea, las demás personas, se comporten exactamente como ellos desean; en otras palabras, los titiriteros son la elite neoliberal que decide a qué velocidad deben acelerar en el juego inconsciente. La decisión está dada en el momento en que dan pertinencia a la movilización de los mercados para crear necesidades; dichas necesidades son una condición para controlar a los jugadores de la carrera acelerada. El jinete que participa en una carrera de caballos sabe de antemano que va a llegar a la meta si se esfuerza, porque la motivación y el deseo de ganar lo mueven; en la era global de la aceleración el sujeto se deja llevar por donde quiere el titiritero, y al ritmo que impone en el proceso.

Con todo esto, ¿acaso hay una pérdida inevitable de la autonomía? Si damos por hecho que la incertidumbre permea en la carrera, si las personas no saben por qué curren, sí hay una desarticulación con la autonomía. Pero si los sujetos dejan de ir al ritmo de la volatilidad para analizar la situación en que se encuentran, pueden identificar al titiritero, y proponer un cambio nuevo (sería de antemano utópico el solo hecho de pensarlo), para al menos estar conscientes de asumirse como personas con identidad y libertad de pensamiento. Si hay que seguir a la “bola” a donde vaya, es preciso estar conscientes del por qué lo hacen.

Bibliografía
BAUMAN, Zygmunt (2007). Los retos de la educación en la modernidad líquida. Edit. Gedisa: Barcelona, 46 pp.

_______________ (2008) “Separados, pero juntos” y “La utopía en la época de incertidumbre”. En: Tiempos líquidos, vivir en una época de incertidumbre. Ensayo Tusquets editores / Conaculta. México, pp. 103 – 155.

BECK, Ulrich (1998). “Introducción (primera parte)”. En: ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Edit. Paidós. Col. Estado y sociedad. Barcelona, pp. 15 – 35.

GANDARILLA, José (2004). “¿De qué hablamos cuando hablamos de la globalización? Una incursión metodológica desde América Latina”. En John Saxe-Fernández (coord.). Tercera vía y neoliberalismo, pp. 35-69.

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